«RGB», Betsy West & Julie Cohen

Empezamos con uno de los documentales que fue nominado en los últimos premios Óscar en la categoría de largometraje documental. Su título, «RGB» son las siglas y a veces el apodo de Ruth Bader Ginsburg, la segunda mujer en ser nombrada juez asociado de la Corte Suprema de los Estados Unidos. Se trata de una figura que, pese a ser muy conocida incluso en la cultura popular estadounidense, yo apenas comencé a leer sobre ella hace relativamente poco. Es cierto que se trata de un activismo y una carrera muy específica para el país en cuestión, pero creo también que se trata de un excelente ejemplo de activismo y de cómo es cierto que algunas personas pueden hacer una gran diferencia en el mundo (al menos, en su mundo) por sí mismas.

Ruth Bader Ginsburg se graduó como abogada en una época en la que no era común que las mujeres estudiaran. Parte de su universidad la pasó en Harvard, donde obtuvo el reconocimiento de ser de los mejores de la clase, y al graduarse en la Universidad de Leyes de Columbia lo hizo como la mejor de su generación. Sin embargo, como suele suceder, la vida tras la escuela no fue nada fácil en la cuestión laboral. Al limitarse a una de las pocas opciones que tenía una mujer abogada (entonces todavía era legal que una empresa se negara a contratar mujeres), trabajando en una organización independiente en apoyo a los derechos humanos, empezó a trabajar con casos que buscaban llegar a la Corte para sentar precedente en materia de igual de género. Y, para los que suelen alterarse al escuchar el término, se refiere a que lo mismo defendía a mujeres cuyo pago por un mismo cargo era inferior al de los hombres, como a hombres que no podían acceder a apoyos como padres solteros porque la ley no contemplaba el que un hombre se encargara de los hijos.

El seguimiento a la carrera de Ginsburg es increíble, pero sobre todo, ella es tan inusual como un ícono cultural que no puede menos que fascinar su transformación ante el ojo público. Una mujer tímida, retraída, de pocas palabras, con una increíble capacidad de oratoria y con un cuidado en exceso preciso para la elección de cada detalle. Sin duda su popularidad ante las masas nos da un poco de esperanza en un mundo que idolatra reality-stars y otros personajes de dudoso contexto.

Otro punto fuerte del documental es la ventaja de que RGB continúe con vida y haya participado de manera activa en él (y quiero decir, en contraposición con muchas biografías póstumas). A sus 85 años evidencia el largo camino que ha atravesado y los cambios que sin duda ha tenido su imagen como su personalidad a lo largo de su vida. También porque me parece un gran modo de mostrar que las personas todavía tienen muchas cosas que aportar independientemente de su edad y del camino que hayan elegido, sobre todo considerando que en los últimos años se ha pedido que presente su renuncia como juez para dejar lugar ‘a alguien más joven’.

«Minding the gap», Bing Liu

No puedo dejar de comentar que, de esta entrada, éste es el único documental dirigido por un hombre. Es curioso (y agradable) el modo en que este género ha permitido desarrollarse a muchas mujeres cineastas. Y en este caso también resulta interesante que justamente Bing Liu no es sólo el director, productor, camarógrafo y editor, sino uno de los objetos de estudio del documental.

También nominado en la categoría de Mejor Largometraje Documental en los últimos premios Óscar, uno no podría imaginarlo por la simple premisa: seguimiento de las vidas y la amistad de tres jóvenes que crecieron en Rockford, Illinois, que empezó por su pasión por el patinaje. Ello pinta para un inicio muy íntimo y local en el que se introduce a los tres personajes principales: Zack, el más extrovertido de los tres y con una pinta de líder y de chico que no se preocupa por nada, Keire, quien escapa de sus problemas familiares al irse al parque a patinar, y el propio Bing detrás de la cámara y a quien empezamos a ver apenas de manera fugaz y que tarda en descubrirse conforme va avanzando el documental. Es difícil precisar en qué modo se va convirtiendo esa imagen personal, esa serie de grabaciones de la infancia y adolescencia, en una historia mucho más amplia y compleja en la que se tratan temas como raza, contextos familiares, relaciones personales y el modo en que cada uno enfrenta sus problemas a través de la patineta y de sus decisiones personales. Lo que empieza siendo meramente entretenido va atrapando en su complejidad y, en cierta media, es a través de la búsqueda de Bing, el más interesado en reflexionar y entender, que se van tratando de construir las imágenes de los otros en relación con lo que van pasando.

A veces me conflictúan esta clase de historias que son demasiado específicas y que no se centran en ningún factor que pueda parecer extraordinario, pero creo que Bing Liu consigue verdaderamente transmitir su deseo de entender, reflexionar, construirse, en relación con su vida y la de sus amigos, lo que finalmente constituye su mundo. Y Zack y Keire, a su manera, contribuyen a eso, se rompen y se vuelven a armar de maneras que no hubiéramos imaginado en un primer momento. No sé si vale tanto como para su nominación como mejor documental, pero creo que esa categoría en muchas ocasiones suele ser bastante ambigua (no he visto el documental ganador, «Free solo», así que no puedo hablar mucho más sobre la conformación de la categoría este año).

«India’s daughter», Leslee Udwin

Tenía pendiente este documental desde mucho tiempo atrás pero temía verlo porque los temas de violencia sexual me afectan especialmente. Si suelen leer noticias internacionales, sabrán que India es un país con un alto índice de violencia contra mujeres, a niveles muchas veces inimaginables. Éste es uno de esos casos.

En 2012, Jyoti Singh, una estudiante universitaria de Medicina, regresaba a casa con un amigo por la tarde después de haber ido al cine. En el autobús que se subieron fueron retenidos por la fuerza, el chico fue gravemente golpeado, Jyoti fue violada grupalmente al punto que pudieron arrancarle órganos internos con las manos, y dada por muerta. Ambos fueron tirados desnudos en la carretera y encontrados a las horas. Jyoti sobrevivió el ataque pero, debido a la gravedad de sus heridas, murió en el hospital a las semanas.

El caso puso, no por primera vez, la cuestión de la violencia contra las mujeres en medios nacionales e internacionales. Se organizaron manifestaciones y se trató de analizar este tipo de conductas y el contexto específico de la India. En el documental, se entrevista a algunos de los implicados, tanto los acusados como abogados defensores, y nos encontramos con la peligrosa normalización de este tipo de actitudes: condena porque una mujer estuviera sola con un amigo, el hecho de que saliera de noche (aunque el ataque sucedió como a las 8 de la noche), y una serie de declaraciones que dejaban claro que no era la primera vez que los acusados retenían chicas para violarlas masivamente, incluso culpando a Jyoti de su muerte diciendo que si no se hubiera defendido, probablemente ‘sólo la hubieran violado y golpeado un poco’.

El documental no se detiene innecesariamente en los detalles más violentos, lo cual se agradece como espectador, pero la propia naturaleza de su tema y las declaraciones que se recogen son suficientes para destrozar la esperanza de cualquiera, indignar y sobrecoger. Si bien es cierto que se trata de un contexto muy específico (y muy drástico), la violencia contra las mujeres en distintos grados tiene lugar en casi todas las culturas en la actualidad. Y eso no deja de ser desolador.

«El cuarto de los huesos», Marcela Zamora

El Salvador es un país del que he leído algo, pero no lo suficiente, y en relación a cine he visto mucho menos. «El cuarto de los huesos» es un mediometraje documental (es decir, de apenas una hora) que se enfoca en uno de los aspectos del violento conflicto que tiene lugar ahí, aunque técnicamente la guerra civil terminó en 1992, los conflictos con las maras lo han hecho un país extremadamente violento, además de ser el país más densamente poblado del continente americano. El cuarto de los huesos es, literalmente, el espacio donde se trabaja con los cuerpos encontrados en fosas y entierros clandestinos. Casi siempre con huesos y pedazos de ropa, un reducido grupo de especialistas trata de identificar a quién pertenecen, cuál fue la causa de la muerte y armar lo más cercano a una base de datos. En un país en el que se destina un bajísimo presupuesto a esta labor, donde los cuerpos sobrepasan la capacidad de los trabajadores y con un orden que depende enteramente del compromiso de quienes laboran en la oficina.

Sin adentrarse en sus causas, el documental sigue los distintos personajes que se ven envueltos en el trabajo alrededor de ‘el cuarto de los huesos’: médicos, estudiantes voluntarios de otros países, investigadores, buscadores no profesionales, familiares de personas reportadas como desaparecidas. En un tortuoso camino que no resulta difícil imaginar en nuestro propio país, vamos de las historias de cómo un ser querido desapareció un día, a sabiendas del peligro o sin previo aviso, y luego cómo en cada hueso encontrado, en cada pedazo de ropa está la esperanza de al menos saber dónde terminó, poder darle un entierro. Los médicos nos muestran cómo se hace lo posible con lo que se tiene y hay un sentimiento humano compartido de querer curar un poco de la terrible situación de violencia generalizada.

Es una pieza interesante que, sin embargo, deja muchas dudas e invita a conocer más sobre el contexto específico del país, del cual todavía no encuentro un documental lo suficientemente profundo como para realmente adentrarse en sus pormenores.

«Abducted in plain sight», Skye Borgman

Llegué a este documental porque vi que en Twitter alguien lo mencionaba como la producción de true crime en este género más extraña, surreal y shockeante que había visto. Y alguien lo secundaba. Y yo, aparentemente, soy increíblemente fácil cuando se trata de documentales de true crime. Les voy a ahorrar la incertidumbre al decirles que, si bien es cierto que es un caso extraño, el documental como sí se limita a seguirlo y, una vez que llegamos a la parte más o menos surreal de la historia, en realidad es un caso, como muchos, triste e indignante que trata de enfocarse en uno solo de sus aspectos tal vez para que se nos olvide lo mal que hemos cuidado históricamente a los niños y lo hábiles que son los depredadores sexuales aunque nos cueste verlo al inicio (sobre todo para sus víctimas, supongo).

Apenas empezar ya sabemos que Jan Broberg fue secuestrada, teniendo como 12 años, durante los años 70. Si uno se estaba imaginando que ahí empezaba lo raro, saber que el secuestro fue, como la gran mayoría de los abusos a menores, perpetrado por un vecino y amigo cercano de la familia. Sabiendo los padres que se encontraba con él y sin querer sospechar de alguien cercano, tardaron días en dar parte a la policía y tardaron todavía más en hacerse a la idea de que alguien querido podría querer hacerle daño a su hija. Hasta aquí nada particularmente raro.

De hecho, no les puedo spoilear la parte más extraña a riesgo de que gran parte del atractivo del documental se pierda, sin embargo, me parece importante recalcar, para cualquiera que pueda caer por el sensacionalismo (como yo), que se trata sobre todo de un documental sobre el modo en que se comportan los depredadores sexuales, cómo preparan a sus víctimas (en inglés está el término «grooming» que es bastante apropiado en estos casos) y qué tipo de situaciones familiares pueden facilitarles muchísimos las cosas. Aunque la perspectiva actual de la familia y de la propia protagonista es muy distinta (y obviamente tiene su mérito que haya decidido darle ese curso a su vida), no deja de ser indignante como espectador ver el modo en que se comportan muchas de las personas involucradas y las decisiones que tomaron en su momento. Es cierto que uno nunca sabe cómo va a reaccionar en situaciones extremas, pero también es cierto que falta un poco de verdadera reflexión sobre los sucesos, aunque sea con la distancia del tiempo.

Y está Netflix, por si aman su categoría de true crime y quieren indignarse como yo. Yei.