¡Primer viernes de abril! Eso significa que nos toca otra reseña de películas no-en-cartelera. Y también significa que voy a usar cualquier excusa para hablar de Japón, obviamente.

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Y podría resumir la reseña con un: «Véanla». Fin.

Alguien avanza a un ritmo vertiginoso por las iluminadas calles de Tokio por la noche. Ojos abiertos y cerrados: imágenes que vemos y, luego, oscuridad. Un cuervo se atraviesa en su camino y vemos de cerca los detalles de la bicicleta en la que se mueve. Corte, un grupo de yakuzas discuten en una habitación sobre si deberían vigilar al jefe de la familia mientras él se encuentra teniendo relaciones en otro departamento del mismo edificio, uno de ellos se aleja del grupo cuando suena su teléfono y la voz de su hijo le pregunta cuándo volverá a casa. Corte, volvemos a la bicicleta y su recorrido frenético, el detalle se vuelve máximo al detenernos en las cadenas. Corte, un hombre golpea violentamente a una mujer dentro de una pequeña habitación dejándola ensangrentada antes de disponerse a tener sexo con ella. Alguien mira desde la ventana, el hombre se interrumpe para ir a enfrentarse al voyeur pero al salir al balcón ya no hay nadie ahí, lo único que queda es semen cayendo de una de las plantas. Corte, un hombre se mantiene inmóvil bajo la lluvia en las mismas calles iluminadas de Tokio, ya detenidas. En la mancha de semen en el balcón se dibuja el título de la película: Koroshiya 1.

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El semen, por cierto, is the real thing.

El cine japonés tiene, desde hace varios años, la fama de ser hiperbólico en todos los malos y extraños sentidos. Mucha violencia, mucho absurdo, mucha retórica sexual no siempre demasiado explícita. Y bueno, en ese imperio, Takashi Miike sería, por lo menos, un shogun. O uno de los directores más importantes en el panorama cinematográfico actual (nipón y en cierta fracción internacional).

ichithekiller322 años después de su primera película, Miike se ha ganado una fama fundamentada principalmente en el uso excesivo de la violencia (aunque los estadounidenses a veces se confundan y lo consideren un director de terror). Por suerte en Japón no tardaron demasiado tiempo en verle el potencial y saltó con relativa facilidad de las video producciones de bajísimo presupuesto a un cine un poco más comercial pero todavía con un bajo presupuesto. Presupuesto que, en palabras de Miike, le da toda la libertad creativa que él quiera y donde lo mismo puede hacer que todos mueran explotando en torrentes de sangre falsa, que culpar de todo al hermano siamés malvado escondido debajo del cabello. Porque para los tres pesos que invierte en litros y litros de pintura rojo sangre (o hermanos siameses malvados de plástico), todo es ganancia.

Pero no hay que confundir esto con cualquier exploitation. Miike es un maestro en su arte.

Desde los años 60, tras la crisis de los estudios en Japón, un gran número de directores comenzaron a formarse en las líneas de las producciones baratas y de dudosa calidad. Primero fue pornografía tal cual, a la que se fueron agregando video producciones escandalosas que vendieran lo mínimo para recuperar su pequeña inversión. Pero estos directores no se detuvieron en ello y aprovecharon la adversidad para crear una cinematografía diferente, que mantiene los elementos básicos de lo comercial y morboso pero que no demerita su realización en absoluto.

Cada caso es diferente. Takashi Miike de hecho es de los pocos que realmente estudió cine en la universidad. Ello porque, en sus palabras, era la única escuela donde no le exigían demasiado para ingresar, y porque descubrió que su sueño de dedicarse a conducir motos de manera extrema ya no podría ser (no podemos ganar siempre, Miike). Por ser un pésimo estudiante le tocaron los servicios sociales que nadie quería, lo que indirectamente lo llevó a trabajar con Shohei Imamura, y antes de que se diera cuenta estaba más que metido en el cinematográfico mundo yakuza haciendo de las suyas. Y lo demás es historia.

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Una maravillosa historia.

Las películas que más lo han posicionado dentro del imaginario actual son, sin duda, «Ichi the killer» y «Audition», dos clásicos contemporáneos que versan sobre la violencia desde distintos ángulos y con diferentes estrategias visuales. En la segunda nos encontramos con lo que podría ser la típica trama ‘chico conoce chica’ llevada a los casos en que todo sale terriblemente mal. Con una emblemática escena final que algunas pesadillas le ha generado al género masculino. Se trata, además, de uno de los pocos casos de su filmografía en que nos encontramos con un personaje femenino poderoso cuya fuerza consigue que la historia se modele a su alrededor. Con «Ichi the killer», por el contrario, nos encontramos con lo que parecería ser su zona de confort, un universo eminentemente masculino donde impera una violencia normativa, amoral, ejercida por todos y contra todos.

Anjo, un jefe yakuza, desaparece de su habitación de hotel con una maleta llena de dinero y una de sus tantas amantes. Lo que parece ser una simple huida se complica no sólo al desestabilizar la organización que dirigía sino por lo que se esconde detrás y sus terribles consecuencias. Por un lado, espectadores vouyeristas, sabemos desde el inicio que Anjo no se ha escapado sino que fue brutalmente asesinado y que un pequeño grupo limpió el sitio para aparentar la huida. Pero el motivo que rige sus acciones lo desconocemos, en especial las de su jefe. Por el otro lado tenemos a Kakihara, la mano derecha de Anjo y un individuo más que inestable que se niega a creer que su jefe haya podido hacerles eso, pero también niega la posibilidad de que haya muerto. En este mundo no tiene cabida la lealtad yakuza, la fidelidad entre Kakihara y Anjo está estrictamente regida por el placer: el que aparenta ser el máximo sádico es en realidad un profundo masoquista que ha perdido a su amo, y está dispuesto a destrozar Tokio si es necesario con tal de encontrarlo. Encontrarlo o sustituirlo.

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Fue amor a primera vista.

Basada en el manga homónimo de Hideo Yamamoto, la primera complicación residía en resumir los diez tomos del cómic en las limitadas dos horas de duración. Originalmente se esperaba que el propio mangaka escribiera el guión de la adaptación para procurar ser lo más fieles posibles a la historia, pero esto no fue posible dado que Yamamoto se excusó aduciendo un bloqueo creativo. Miike trabajó entonces con Sakichi Sato (con quien colaboraría en futuros proyectos y a quien quizá recuerden como el Charlie Brown de la primera de «Kill Bill») para aproximarse a la historia. El director, quien siempre se ha considerado más un artesano que un autor, se limita entonces a la trama más inmediata y a la esencia más pura para configurar una historia de amor y desamor entre el más grande sádico y el más grande masoquista.

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Obvio esto pasa en el manga.

Dada la dificultad inherente a cualquier adaptación que cambia de medio, se optó por una estrategia que en muchos casos puede resultar desastrosa: ¡no les expliques nada! Si bien la premisa es la misma, el desarrollo del manga se prolonga al profundizar en los deseos más oscuros de los personajes. Llegamos a conocer a Kakihara y a Ichi en toda su dimensión, que si bien no siempre resulta en una narración clara y puntual, sí sirve para delimitar lo que más nos importa de ellos: sus pulsiones eróticas. Lo cual resulta efectivo, sobre todo en el caso de Ichi a quien no se enfoca demasiado en la película.

La historia con Miike da un revés en todos los sentidos: no sabemos nada de nadie. El contexto de los personajes se nos da como un plumazo y en casi todas las ocasiones resulta apenas murmurado: alguien comenta que Kakihara es en realidad un masoquista y mantenía una relación con el jefe, Jijii (la mente maestra detrás de todo el misterio) relata sucesos de la infancia de Ichi como si los hubiera presenciado, Ichi mismo cree haberlos presenciado. Pero todo ello puede ser cierto o no, no es relevante, no define al personaje. Lo que habla por ellos son sus acciones, inscritas dentro del discurso hiperviolento de la película, un contenido que se superpone a la forma y la define. Consiguiendo una historia que nos habla sobre la violencia mostrando la violencia, restándole cualquier juicio moral, y entremezclando los tintes cómicos con la clara agresión a los sentidos. Y es así como Miike se adentra en el propósito primero de la historia, dándole un valor real a las pulsiones eróticas de los personajes de modo que sean ellas las que definan la trama.

ichithekiller8En retrospectiva la película agrupa una serie de elementos que podrían por sí mismos hablar de ella. Para entonces Miike ya había dirigido piezas como «Fudoh: The new generation», «The bird people in China», dos partes de su trilogía «Dead or Alive», la mencionada «Audition» y la serie «MPD Psycho»; además de que el 2001 demostró ser un año especialmente propicio para él, ya que además esta tremenda joya también estrenó «La felicidad de los Katakuri» (un musical de zombies), «Agitator» (una épica yakuza) y «Visitor Q» (un drama familiar hiperviolento), entre otras. Y ni siquiera es el año que más películas haya dirigido.

Ya contando con una historia base sumamente interesante, el primer punto era buscar actores que estuvieran a la altura de la situación. ¿Y quién mejor que Tadanobu Asano? Uno de los mejores actores asiáticos actuales (aunque para occidente no sea mucho más que *el* asiático en «Thor») y quien consiguió convertir a Kakihara en un ícono. Que, personalmente, me parece incluso mucho más interesante que el personaje original. No se queda muy atrás Nao Omori, cuya encarnación de Ichi es más que destacable tomando en cuenta además que no se trata de un personaje fácil y que podría haberse quedado corto en algún punto de su extrema personalidad.

ichithekiller13 Hasta hacen una bonita pareja.

Como si el casting necesitara más, el tercero en discordia es nada menos que Shinya Tsukamoto, interpretando a Jijii. Autor de clásicos como «Tetsuo» o «Snake of june», da vida al personaje más enigmático de la película y la verdad es que le sienta a la perfección. En papeles fugaces se aparecen otros habituales de este tipo de cine como Susumu Terajima, Shun Ogata, Kiyohiko Shibukawa o Jun Kunimura. La clase de agrupación yakuza en la que todos querríamos estar.

Un año después se trató de repetir el éxito de la película (medido en base a en cuantos países fue prohibida, seguro) con una especie de secuela animada. Aunque repitió Sakichi Sato como guionista e incluso recupera el final del manga (en la película de Miike se cambia por un final cinematográficamente mucho mejor), la película resulta un triste y poco efectivo intento de aproximarse mejor a Ichi. Resultando no sólo incongruente sino incluso bastante patética (y no hablo del patetismo inherente a su personaje). Lo único que se puede rescatar de ella son las pocas líneas en que Takashi Miike dobla la voz de Kakihara. Y nada más.

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«Ichi the Killer» o «Koroshiya 1» es una película japonesa del 2001 dirigida por Takashi Miike («Audition», «13 asesinos», «Gozu», y 86 más) y protagonizada por Tadanobu Asano («Thor», «La última vida en el universo», «Tokyo zombie»), Nao Omori («Tokyo!», «Vibrator», «Rampo noir») y Shinya Tsukamoto (director de la trilogía de «Tetsuo», «Nightmare detective», actor en sus propias producciones y en «Dead or Alive II», «Otakus in love», «Marebito». Tiene 7.1 estrellitas según imdb y yo le daría mil más pero supongo que 7.1 es una medida apropiada. Por alguna absurda razón no está disponible para rentarle online en las páginas que frecuento, pero seguro que es una opción regular en su videocentro favorito; y en los catálogos de Mixups y el Péndulo.