«Una panadería en Tokio», Naomi Kawase

No he visto demasiadas películas de Naomi Kawase, pero en ocasiones me cuesta terminar de conectar con ellas y seguramente por ello es que dejé pasar tanto tiempo antes de ver «An» (el nombre original se refiere a la pasta de frijol dulce tan típica de Japón) pese a las excelentes críticas que había leído. Ninguna de las cuales, ahora me doy cuenta, exageraba ni un poco respecto a sus virtudes.

Sentaro es un hombre aparentemente introvertido que atiende un pequeño puesto de dorayakis (pancakes rellenos de pasta de frijol dulce) al que no le va particularmente bien, aunque tiene su concurrencia fija de personas de los alrededores y estudiantes. Cuando pone un anuncio de que busca contratar un asistente, se presenta Tokue, una extraña mujer de unos setenta años que le dice que siempre quiso trabajar en un puesto de dorayakis. No es exactamente lo que pensaba Sentaro y la rechaza al inicio, eso hasta que un día le deja una muestra de la pasta de frijol dulce que es capaz de preparar y que es sencillamente deliciosa.

Esta misma fórmula, en una película hollywoodense, nos habría llevado a una de esas tópicas producciones de ‘los jóvenes tienen tanto que aprender de los viejos’ que se acercan más a las comedias románticas que a una verdadera exploración de relaciones no románticas. En el caso de Kawase, la complejidad de las emociones humanas pueden desarrollarse con un diálogo limitado y con personajes atrapados en sí mismos, a veces en contra de su voluntad. Conforme la acción se va desarrollando nos damos cuenta que la diferencia de edad entre los protagonistas es el menor de los problemas, y con el bello trasfondo de un barrio de Tokio que va mudando con las estaciones y con las maravillosas tomas de cómo se preparan los dorayakis, ante nosotros se desenvuelve un profundo drama humano. Amoroso en un modo que sólo podemos encontrarlo en la cultura japonesa.

Los actores protagonistas son inmejorables: Sentaro es interpretado por Masatoshi Nagase, quien ha participado en increíbles películas como «Suicide club», «La espada oculta», «Sakuran», «Smuggler» y «Musuko» (de la que hablé en la última entrada de cine asiático); Tokue es interpretada por Kirin Kiki, una increíble actriz que falleció en 2018, y aunque eso fue sólo 3 años después de esta película, todavía participó en seis producciones más (tengo pendientísimo ver «Shoplifters», donde también participa); y el trío se cierra con Kyara Uchida, quien interpreta a Wakana, una estudiante solitaria que frecuenta la tienda de dorayakis y se involucra en lo que sucede en ella, una excelente actuación para una joven actriz que apenas va por su segunda película.

Bueno, no se las puedo recomendar más.

«Water», Deepa Mehta

Desde hace tiempo tenía pendiente ver la reconocida trilogía de los elementos de Deepa Mehta, famosa directora india que sin embargo ha tenido que hacer sus producciones con apoyo de Canadá para poder abordar las temáticas que le interesan más allá del predominante estilo de Bollywood, sobre todo hacia los noventa. Por cosas del destino empecé por la última pieza, dado que finalmente son historias independientes que se unen temática por el retrato de la condición social de la mujer en la India en distintos momentos.

Ambientada hacia finales de los años 30, nos encontramos con Chuyia, una niña de 8 años que se ha quedado viuda ante la repentina muerte de su esposo (un hombre muchos años mayor que ella). Lo que ella cree que representará el regreso a su hogar en realidad la lleva hacia una ‘casa de viudas’, una suerte entre monasterio y orfanato donde se interna a las mujeres que han perdido a sus maridos, rechazadas por la sociedad, para vivir el resto de su vida casi en la pobreza. Para Chuyia es muy difícil aceptar esta situación a su corta edad, rodeada por puras mujeres mayores, y aunque intenta escapar termina siempre en el mismo lugar, de modo que comienza a relacionarse, quiera o no, con las otras mujeres con las que comparte espacio. Entre ellas está Madhumati, una déspota de unos setenta años que es quien lleva el lugar, Shakuntala, quien maneja la organización en lo práctico y hace lo posible por hacer sentir mejor a Chuyia, aunque ella misma no se resigna del todo a su condición, y Kalyani, una bella y joven mujer, la única a la que se le deja conservar su cabello, y quien es rechazada a su vez por todas las demás habitantes.

Si la premisa y el contexto específico que se plantea ya suenan lo suficientemente difícil para las protagonistas, podemos suponer que por la época la situación no va precisamente a mejorar conforme avance la trama. A la par que esta situación cotidiana e íntima podemos dar también un vistazo a la situación política del país, representa casi exclusivamente por hombres, y cómo aunque parezca que estos cambios van a repercutir ‘en la forma de vida’ del país, en la práctica no necesariamente representan cambios para los individuos. Sobre todo si son mujeres y aún más si son viudas.

La película es dura pero a su modo también es bella. El elemento de agua está representado sobre todo porque la historia tiene lugar a orillas del río Ganges, pero también en cierto modo por el aspecto purificador de las aguas.

La cinta fue aclamada internacionalmente y recibió muchos premios en distintos festivales. Fue nominada en 2007 a Mejor Película Extranjera en los Óscares, aunque le ganó ese año «La vida de los otros» (una maravilla de película, la tenía difícil). Y sin embargo fue una verdadera lucha siquiera poder grabarla, ya que cinco años pasaron desde que se planeó el inicio de la producción hasta que pudieron estrenarla, debido a constantes manifestaciones de grupos conservadores que se sentían atacados por la crítica de las anteriores películas de la trilogía en contra de las tradiciones indias (en este caso, la bella tradición de casar a niñas de 8 años con hombres mayores y luego recluirlas en una casa de viudas). Finalmente la película tuvo que ser filmada en Sri Lanka, en lugar de India, y con un título falso.

«Evolution», Lucile Hadžihalilović

En realidad llegué a esta película más porque era de terror que por el hecho de ser dirigida por una mujer, y curiosamente desde antes me parecía que tendría un aire a «Honeymoon» (cinta de 2014, también de terror y dirigida por una mujer, Leigh Janiak). Seguro que la relación partía en gran medida del hecho de que los pósters son muy parecidos, pero en retrospectiva me parece que comparten una sensibilidad y un modo de acercarle al terror, con un toque de ciencia ficción, bastante particular y que termina por funcionar de maravilla.

Nicolas es un niño que vive con su madre en un pequeño pueblo junto al mar. Su madre lo trata como si estuviera constantemente enfermo. Un día, mientras nada solo, cree ver el cadáver de otro niño en el fondo del agua. Su madre y otras mujeres van a investigar pero no encuentran nada, lo que sólo le vale a Nicolas el ser molestado por los otros niños.

La premisa no dice nada y así debe de ser. En este punto lo importante es la recreación de la condición del pueblo y sus habitantes. Una misteriosa aldea junto al mar, un ambiente enrarecido, personajes con pocas palabras, niños enfermos. Desde el inicio hay una sensación de incomodidad, de desconocimiento, que parece guiar las acciones de todos y que nos conduce hacia un punto que desconocemos pero que eventualmente será revelado. O al menos un poco.

No se puede hablar mucho más de la película sin que eso resulte en su detrimento. Decir que, pese a su no muy alto puntaje en algunas páginas, tiene una recreación increíble para una cinta de terror y va construyendo una trama sutil que es maravillosa. Como dato curioso, ese ‘pueblo junto al mar donde cosas extrañas están por suceder’ fue grabado en Lanzarote, Islas Canarias, y no sé qué tanto haya contribuido eso a la sensación medio irreal que gobierna la historia, pero me han dado unas ganas de planear un viaje que no les cuento.

«Brick Lane», Sarah Gavron

De la directora, Sarah Gavron, vi hace algún tiempo la película «Suffragette», que es un producto con miras un poco taquilleras que representa la lucha por el voto femenino en Reino Unido. La verdad es que tampoco me dejó con especiales ganas de ponerme a buscar algo más de la directora, de modo que «Brick Lane» llegó recientemente un poco como sorpresa, sobre todo porque no relacioné ambas películas hasta después de haberlas visto.

Nazneen en la pobreza en una zona rural de Bangladesh. Su madre se suicidó cuando ella y su hermana eran todavía pequeñas y su padre, incapaz de cuidar de ambas, decide casar a una con un hombre mayor y estudiado que vive en Reino Unido. Le toca a Nazneen por ser la mayor y es así como abandona su ciudad y su país siendo todavía muy joven. 17 años después, Nazneen tiene dos hijas y vive con su marido en el mismo pequeño departamento al que llegó. Los ataques del 11 de Septiembre en Estados Unidos tuvieron lugar recientemente, por lo que la islamofobia ha empezado a expandirse por el barrio en el que viven. Por si esto no fuera lo suficientemente difícil, Chanu, el esposo de Nazneen, tal vez haya sido un hombre estudiado pero nunca fue particularmente práctico en el mundo real, con lo que ahora se encuentra desempleado y gastando sus pocos ahorros en absurdas ideas de negocios que no parecen ir a ningún lugar. Pese a haber vivido toda su vida recluida como buena esposa musulmana, Nazneen se encuentra por primera vez con la necesidad, pero también con el deseo, de conseguir algo por sí misma y ser capaz de sacar adelante a su familia.

Una vez más, el modo en que se abordará un tema que bien podría caer en el estereotipo es fundamental para que la historia funcione. La liberación de Nazneen no es, ni puede ser, radical en el sentido de que en realidad no ha dejado de ser, de algún modo, una niña de pueblo, dependiente por completo de su marido y de su religión. Y al mismo tiempo, cada paso que logra ganar en esa engañosa batalla, es de alguna forma radical para ella.

La película se fundamenta casi en su totalidad en la fuerza de Nazneen como personaje y con la actuación de Tannishtha Chatterjee, a la cual se suman una serie de elementos que nos muestran la compleja realidad de los inmigrantes en comunidades que pueden ser hostiles.

«La sal de este mar», Annemarie Jacir

No estoy segura de haber visto alguna otra película palestina anteriormente, de modo que me daban bastantes ganas de aprovechar esta oportunidad, aunque no tenía mayor idea de qué iba la trama.

Soraya es una mujer estadounidense nacida de refugiados palestinos, quien se dispone a viajar por primera vez a Palestina tras descubrir que la cuenta bancaria de su abuelo fue congelada en 1948 cuando fue exiliado. Dispuesta a recuperar ese dinero y conocer el país del que tanto ha escuchado hablar, se confía en su nacionalidad estadounidense para creer que el viaje no tendrá mayores complicaciones. Basta aterrizar en Israel para darse cuenta de que las cosas no serán fáciles de ninguna manera. Conforme pasan los días en Palestina comienza a involucrarse con una suerte de cotidianidad que añoraba desde los relatos de su familia, pero nada la une legalmente con ese sitio. Cuando conoce a Emad, un joven local, parecería que poco tienen en común, ya que él, por su parte, habiendo vivido toda su vida ahí, sólo sueña con emigrar; y sin embargo es el único que parece dispuesto a apoyarla en sus deseos de reivindicación hasta las últimas consecuencias.

IMDB la describe como un drama romántico pero creo que visto tal cual como un género aislado eso nos dice muy poco realmente de la historia. La subtrama romántica se subordina por completo a las cuestiones políticas y al autodescubrimiento, limitado por un muy específico contexto geopolítico que será aprovechado en todos sus espinosos aspectos. Por una parte tenemos una mujer cuya identidad de ha construido a través de otros, de historias repetidas, y que necesita sentirse parte de un país que realmente no conoce; y por el otro lado tenemos a una sociedad oprimida, atrapada, que se representa por individuos que quieren escapar o que hacen lo posible por vivir en el límite de sus posibilidades.

La protagonista, Suheir Hammad, es una poeta palestina-estadounidense y su sola figura es gran parte de la fuerza y la estética de la película. Tal como el título evoca, la trama se rodea de una bella fotografía que nos muestra los mejores ángulos de un país que en muchos sitios se encuentra casi en ruinas.

«Olivier, Olivier», Agnieszka Holland

No sé qué tiene Holland con la repetición de palabras en sus títulos, pero ya antes habíamos hablado de «Europa, Europa».

El Olivier del título es un niño de 9 años que vive con sus padres y su hermana mayor en el campo francés. La dinámica familiar puede presentar ciertos puntos que llamarán la atención, pero en general no hay nada que parezca atípico de entrada. Una tarde que su hermana se niega a acompañarlo a que entregue algunas cosas a casa de su abuela y él parte solo, no regresa más. Su desaparición rompe la paz de la pequeña población, cuyo único detective se dedicará por entero al caso, y también rompe el delicado equilibrio familiar; y sin embargo Olivier no aparece. Seis años después, un joven vagabundo arrestado en París dice ser ese mismo Olivier, quien huyó de casa un día para, en principio, no volver más.

A poco de irse revelando la trama no podía dejar de pensar en el documental «The imposter» que 20 años después presenta una premisa de lo más parecida, con una desaparición que sucedió justamente 2 años después de que se hubiera estrenado la cinta de Holland. Hablando de cuando la realidad imita a la ficción.

Dejando de lado la posible sorpresa (o falta de), la película se trata de un ejercicio de thriller que se centra más bien en las consecuencias del acto delictivo. Más que el caso policíaco de la desaparición en sí, lo importante en la historia son sus repercusiones familiares y sociales, las cuales tienen dos sacudidas importantes: cuando Olivier desaparece y cuando reaparece años después. El análisis de cómo una familia, con sus particulares problemas, tiene que atravesar por una situación tan difícil en dos momentos distintos es todo lo que se necesita para desencadenar un drama fuerte y de lo más interesante, al que se puede sumar el enigma de la resolución del caso.

Como dato curioso, el padre de familia es representado por François Cluzet, actor a quien seguramente todos recordarán como la contraparte parapléjica del dueto protagónico de «Intouchables».

«Blackboards», Samira Makhmalbaf

Pues, en mi mente confundía a esta directora con su hermana, Hana Makhmalbaf, de cuya película «Buda explotó de vengüenza» ya hablé antes, ambas hijas del famoso director iraní Mohsen Makhmalbaf. Ahora va a parecer que todos los persas son iguales para mí (oh, oh).

Al igual que en la película de su hermana, el interés de la realizadora se encuentra en la periferia, alejado de las grandes ciudades iraníes. Los pizarrones del título son cargados por un grupo de maestros ambulantes que recorren las zonas más inhóspitas del país en busca de estudiantes que puedan pagarles por sus servicios. Ellos, al igual que esos hipotéticos pupilos, son refugiados kurdos que han salido de Irak debido al bombardeo de Saddam Hussein (como verán, a los pobres kurdos les ha ido mal toda la vida). Sin embargo, la vida en esos parajes no es fácil y si llegan a encontrar personas en su camino es poco probable que tengan el tiempo, la disposición y el dinero para querer aprender a leer y a escribir, ya no digamos enseñanzas más complejas.

En diferentes secuencias intercaladas vamos siguiendo a distintos maestros y los caminos que toman, con lo que dependerá la realidad y las personas con las que se encuentren: granjeros demasiado pobres como para preocuparse por la educación, niños demasiado ocupados tratando de contrabandear productos a través de la frontera, grupos de refugiados mayores que han perdido el camino y que sólo quieren regresar a sus tierras a morir. La insistencia de los maestros, que finalmente lo que quieren es ganar algo de dinero, resultara casi surreal en contraposición con las apremiantes necesidades de las personas con las que se encuentran, y esta imagen refleja de una manera dura pero hasta cierto punto poética de lo difícil que es abogar por la educación en una sociedad que se cae a pedazos.

«The house is black», Forough Farrokhzad

Y seguimos con cine iraní. En este caso se trata mas bien de un cortometraje, ya que dura poco menos de media hora, pero es una pieza especialmente reconocida dentro de su cinematografía, sobre todo considerando que es de los años sesenta.

Se trata de una suerte documental, un poco surreal y poético, grabado en una colonia de leprosos. Las imágenes que vemos, las cuales tal vez al inicio no sepamos interpretar bien, no se acompañan por información puntual sino por fragmentos de la Biblia, el Corán y la poesía de la directora (en realidad es ésta la única pieza que dirigió, ella es reconocida como poeta). Incluso si no pudiéramos precisar cuál es la enfermedad que aqueja a las personas que vemos, no resulta tan difícil imaginar el contexto general en que viven, alejados del mundo, carcomidos por sus propios cuerpos y recreando de alguna manera su propio universo. Grabado en blanco y negro, pese a las duras imágenes que presenta, no dejan éstas de tener una belleza particular.

Hay quienes consideran que este corto marcó los inicios de la llamada ‘nueva ola’ del cine iraní, la cual duró hasta que estalló la revolución, en 1979; pero debo confesar que todavía no conozco nada de ese periodo. Como dato curioso, tras el tiempo que pasó en la colonia de leprosos mientras grabada, Farrokhzad se encariñó con un niño que vivía ahí y al cual terminó por adoptar. Aunque ella falleció apenas unos 4 años después en un accidente automovilístico, a los 32 años.

«The capture of the Green River Killer», Norma Bailey

Como su título seguramente lo deja muy claro, se trata de una película sobre el asesino serial de Green River. No es tan conocido como tantos otros cuyos nombres han salido últimamente a la luz (y/o les han hecho sus películas), pero fue bastante prolífico en su momento (se le condenó por 49 asesinatos) y estuvo activo durante casi dos décadas. Como plus, tenemos incluso a Ted Bundy, tan de moda ahorita, cruzándose por la cámara en algún momento.

Se trata de una película de Lifetime Movie Network basada en un libro escrito por el detective que llevó el caso, que aquí es el protagonista, así que podemos anticiparnos a que la producción tendrá ciertas condiciones de entrada que tal vez debemos considerar si estamos esperando algo demasiado serio.

El Green River Killer empezó sus asesinatos por 1982, pero como en tantos otros casos la policía tardó en darse cuenta de la verdadera situación ya que se enfocaba en prostitutas y en jóvenes vulnerables que habían huido de sus casas. El detective David Reichert es quien comienza a establecer las conexiones entre las múltiples desapariciones (y luego algunos cadáveres) y prácticamente quien se dedica por entero a buscar al asesino durante años hasta su captura. A los datos estrictamente reales del libro de Reichert se agregó una subtrama para humanizar a las víctimas, en que seguimos a una joven ficticia, Helen, a través de los problemas en su hogar, en sus relaciones y en cómo termina por huir y en convertirse en una de tantas mujeres vulnerables que nadie nota cuando desaparece.

La película sí tiene muchos toques de ‘lifetime movie’, con lo cual es bastante ligera, y se le podría criticar lo mismo que se le criticó al libro: que Reichert se pintó como el gran héroe que atrapó al asesino cuando en realidad fue una investigación mucho más compleja la que llevó a su captura. Pero si pasamos por alto esos detalles, y sobre todo si nos gustan las historias se asesinos en serie, es una producción entretenida e informativa sobre una figura no tan conocida.

«Near dark», Kathryn Bigelow

No sé si ya les he dicho que no me gusta mucho el cine de Kathryn Bigelow. De hecho me gusta bastante poco. Como que hay un clic que no terminamos de hacer y yo asumo que la culpa es de «Zero dark thirty» y toda su posición super pro americana. Pero bueno, «Near dark» era de los ochenta y era un neo-western de vampiros (o eso dice su descripción), había que darle una oportunidad.

Caleb es un joven que vive en un pequeño pueblo y pues sí es más o menos un vaquero moderno. Una noche conoce a Mae, una enigmática y atractiva joven, y la sigue hasta que le hace caso, porque ya sabemos que eso funciona. A cambio, Mae lo muerde en el cuello y huye, qué cosas. Ya sabes para dónde va esto. Caleb está bastante confundido por la situación, sobre todo conforme se acerca la mañana, y las cosas sólo se complican aún más cuando una camioneta llena de vampiros lo secuestra para decidir qué hacer con él. Primero quieren deshacerse de él pero obvio termina siendo parte de la pandilla.

La película sigue la línea conocida de ‘vampiro que se autodescubre como tal’, con la particularidad de que su grupo de acompañantes es más grande y variado de lo usual, y el hecho de que tratan de hacer el contexto lo más moderno posible (para su momento, quiero decir). Su principal particularidad tal vez se deba al hecho de que después de este punto, la trama se dirige a otras cuestiones más cercanas a otros géneros, como luchas de pandillas. La descripción insiste en relacionar la película con el western, pero fuera de la ambientación y el hecho de que Caleb es bastante ranchero, no estoy tan segura de esas similitudes.

En fin, que fue mejor que «Zero dark thirty», pero no suena a que vaya a volverme fan de Bigelow muy pronto.