«Distinto amanecer», Julio Bracho

Para que no crean que mis mini maratones son sólo de directores extranjeros, y pese a que es cierto que veo mucho menos cine mexicano de lo que me gustaría, hace poco me tocó una sesión de películas de Julio Bracho y la verdad es que fue un fantástico encuentro, demostrado por la aparición de tres de ellas en esta entrada. «Distinto amanecer» no es sólo la más superior de ellas, sino también una cinta estilo film noir no tan usual en la cinematografía nacional. Y con una Andrea Palma que, a su modo, da un aire de femme fatale a lo Marlene Dietrich, aunque la conformación de su personaje sea tan singular y muy alejada de los tópicos de la mujer fatal.

Octavio (Pedro Armendáriz padre) se encuentra huyendo de unos perseguidores cuando se encuentra inesperadamente con Julieta, una amiga que fuera muy cercana durante la universidad. Para continuar con su discreto escape va con ella a su casa, donde vive con su esposo, Ignacio, quien fuese también un muy cercano amigo años atrás, y su hermano menor, Juanito. El extraño encuentro despierta recuerdos, emociones e ilusiones perdidas: lo que creían de sus futuros cuando eran jóvenes y en lo que ahora se han convertido. La persecución inicial de Octavio es debido a que forma de un grupo político que apoya una huelga de trabajadores y obvias agrupaciones de gobierno planean interceptar sus comunicaciones para detener sus planes. De este modo, y aunque la introducción de Julieta e Ignacio se da entre la casualidad y un apoyo no comprometido políticamente, la trama se va dibujando entre la estructura de un film noir clásico y los motivos usuales del cine de oro mexicano. Si con la premisa podemos imaginar fácilmente los recodos que tomará el melodrama mexicano necesario, Bracho no abusa de este recurso (tan del gusto de otros directores) y lo dosifica de un modo maravilloso para resaltar los motivos policíacos y para darle una profundidad adecuada a sus personajes. La fuerza protagónica de Andrea Palma y Pedro Armendáriz guían a una serie de personajes que, aunque puedan caer en ciertos estereotipos, cumplen a la perfección con su papel.

Debo confesar que hace mucho que no me encantaba una película mexicana tanto, y no hubiera pensado que sucedería precisamente con una de los años 40. Como dato curioso, está basada en una pieza de Max Aub (escritor de «Crímenes ejemplares») y adaptada por Xavier Villaurrutia (excelente poeta y dramaturgo) y el propio Julio Bracho.

«La mujer de todos», Julio Bracho

Debo decir que la premisa de «La mujer de todos» (inspirada en «La dama de las camelias») tenía todo para que fuera una película que no disfrutara: una bella mujer española se la pasa rompiendo corazones hasta que literalmente un hombre se quita la vida por ella, por lo que decide irse de España con un militar mexicano, el coronel Juan Antonio Cañedo, que le jura amor eterno. Hasta que llegan a México y se entera que tiene esposa, una hija, y que está destinada a ser su amante y poco más. Aunque no particularmente preocupada por la situación, conoce por casualidad a otro joven militar, Capitán Jorge Serralde, sin saber que es protegido del coronel y está comprometido a casarse con la hija de éste. Y se enamoran, obviamente.

Que María Félix es perfecta para romper el corazón de cualquiera es un hecho, pero los giros de trama de una dama de las camelias incluyen también que sea una mujer desdichada a expensas de los demás y una vida no demasiado grata. Todo esto sin duda bien podría dar un dramón de mujer sufrida y maltratada nada atípico de la época, y sin embargo en ningún momento decae la fuerza de Félix como colosal protagonista pese a que es cierto que está destinada a la desdicha y al maltrato de los hombres porque -años 40-. No me gusta la expresión de ‘la dignidad del sufrimiento’, que suele justificar muchas situaciones injustificables, pero es cierto que María Romano (aka María Félix) es una mujer entera y digna cuya personalidad no se va abajo por lo patéticos que se presentan los hombres que giran a su alrededor. Y es que entre Antonio Cañedo y Jorge Serralde no hay a quien irle, pero tal parece advertirse que en esa época y contexto tampoco iba a encontrarse mucho más.

Aunque María Félix no es precisamente la mejor actriz en cuestiones histriónicas, sí tiene una presencia lo suficientemente fuerte como para guiar una trama y transformarla, y eso es precisamente lo que hace con una historia clásica en una representación inesperadamente cautivante.

«Gran casino», Luis Buñuel

No es precisamente una película de Buñuel que identifiquemos fácilmente, pero no hay que perder de vista que el director fue prolífico en todas sus facetas internacionales. Dicho esto, tampoco es una película en la que se note demasiado su estilo, y es que, sin considerar su cuidado técnico, bien podría confundirse entre otras tantas producciones mexicanas de la época (como pueden ver, esta entrada está muy ambientada en los cuarenta). Esto seguro se debe en gran medida al hecho de que es su primera producción mexicana, siendo que tampoco llevaba en ese entonces una larga carrera en España, y parecería que su primera intención era demostrar que podía perfectamente hacer una cinta comercial a la usanza sin asustar a un público que todavía no hubiese descubierto su particular surrealismo.

Gerardo (aka Jorge Negrete) encuentra trabajo en una pequeña compañía petrolera y consigue llevarse muy bien con su jefe, el argentino José Enrique Irigoyen. Aunque ambos saben de los conflictos que hay con otros empresarios, ninguno cree que sea algo especialmente grave hasta que un día José Enrique desaparece sin dejar rastro, poco antes de que arribe su hermana de Argentina, Mercedes. Gerardo trata de convencer a Mercedes de que se vaya, temiendo que ella también pueda peligrar, pero su insistencia le hace sospechar a Mercedes que quiere alejarla porque quiere quedarse con la compañía de su hermano, por lo que aprovecha que Gerardo no la conoce físicamente para hacerse pasar por una cantante de paso y hacer sus propias investigaciones.

Como tal vez podrán deducir, mucho de esta trama está planeado para justificar que nuestros protagonistas se pongan a cantar. Mercedes es nada menos que Libertad Lamarque, quien además de actriz fue de las primeras voces femeninas de tangos. Y con Jorge Negrete ya se imaginarán. La historia no es particularmente original y destaca principalmente por ser una representación muy cuidada que no cae en los excesos fáciles de los dramas musicales. Pero si consideramos que sólo tres años después se estrenarían «Los olvidados», la verdad es que poco más tiene que aportar esta producción.

«¡Ay, qué tiempos señor don Simón!», Julio Bracho

Si ya comentaba que «La mujer de todos» era una película que no me imaginaba que podría gustarme tanto, algo así pasa también con «¡Ay, qué tiempos señor don Simón!» aunque con una vertiente diferente de los culebrones mexicanos. Si la anterior parecía advertir un melodramón, aquí se anticipa una comedia de enredos con tintes de drama amoroso.

Inés es una muy joven viuda que se cuela junto con su amiga Beatriz a un sitio de espectáculos sólo para caballeros (uy – en realidad es un teatro), para descubrir que el militar con el que se encuentra a escondidas la engaña con una bailarina. El problema surge cuando la liga la decencia de la que forma parte se entera y planean correrla, sin saber que en el mismo espectáculo se encontraba don Simón, presidente de esa misma liga. Para termina de enredar las cosas, don Simón está enamorado de Inés y cuando se entera que ella fue ‘para descubrir a su interés amoroso dentro de ese lugar’, cree que se trata de él. Todos aprovecharán o se verán enredados en una situación que sin duda hace burla del exceso de moralina de la sociedad, con canciones de por medio (porque no podían faltar).

Sin querer convertirse en una obra maestra, la cinta es un divertimento muy bien estructurado y desarrollado en casi todos sus momentos (con la posible excepción de un final que se resuelve demasiado fácil, pero eso suele ser algo usual en la comedia). Además de que con su presentación ligera y aparentemente superficial sirve para hacer algunas agudas críticas a conductas de la época que se muestran rayando en lo ridículo: los comportamientos hipócritas de quienes se ostentan como defensores de las buenas costumbres, la frustración social de algunos sectores que se consideran moralmente superiores, el modo en que se dispersan los rumores y cómo buscan afectar a otros, el comportamiento que se esperaba de las mujeres y lo poco dispuestas que estaban algunas a ceñirse a él. Me parece que destacan sobre todo Mapy Cortés (como Inés) y Anita Blanch (como Beatriz), pero es cierto que es imprescindible el encanto de Joaquín Pardavé como el mencionado don Simón.

«El complot mongol», Antonio Eceiza

Porque no todo podía ser México de los años 40, nos saltamos un par de décadas hasta finales de los 70, con la primera adaptación de la novela detectivesca de Rafael Bernal, «El complot mongol» (se supone que este año se estrena otra adaptación, con con Damián Alcázar, Eugenio Derbez y Bárbara Mori). La novela es una increíble obra de la literatura mexicana, una excelente demostración de que el género detectivesco también funciona bien en nuestras caóticas ciudades, y en general una mucho mejor recomendación que esta adaptación, que ya la tenía difícil de entrada.

El detective Filiberto es Pedro Armendáriz hijo y se ve envuelto en una trama detectivesca casi surreal entre un intento de asesinato al presidente de los Estados Unidos en México, la familia china que obviamente se reune en el barrio chino de la capital (como si fuera tan grande), una china muy guapa y un largo conjunto de personajes que buscan confundirlo hasta no dejar en claro qué es lo que sucede y cuál es su misión. Uno de sus mayores encantos es sin duda la visión de esa sociedad china migrante tan underground, entre lo exótico y los cafés de chinos.

En su contra es que obviamente le falta la maravillosa narración de Bernal, tan mexicana como irreverente, que le resta mucho encanto al personaje de Filiberto que no termina de brillar del todo, e incluso hace poco creíble parte de su relación con Martita, interpretada por Blanca Guerra y quien inesperadamente hasta logra parecer asiática. Lo que hay que ver.

Es un entretenimiento televisivo retro con aires no siempre logrados a lo film noir, lo cual tampoco es del todo malo, pero, como suele suceder, el libro es infinitamente superior y es una recomendación maravillosa. Además hace poco sacaron una versión como novela gráfica adaptada por Luis Humberto Crosthwaite e ilustrada por Rafael Peláez que todavía no leo pero tiene una edición preciosa.